viernes, 8 de junio de 2007

Sobre la espiritualidad (1986)

Tempo e Presença, 207, abril de 1986, pp. 30-31.
Versión de L. Cervantes-Ortiz

Se me hace muy difícil hablar sobre este tema, “espiritualidad”, y no porque sea difícil. Lo que sucede es que las personas ya traen muchas ideas sobre el asunto… Por eso, para comenzar esta charla, sería bueno que invocasen las imágenes que la representan, tal como ella está dentro de ustedes. No, no estoy pidiendo que hablen sobre la espiritualidad. No quiero que me expliquen lo que quiere decir. Quiero que tomen contacto con imágenes…
Imagen: forma, contorno, color, sabor, olor, tacto…
¿Es muy difícil? Entonces intenten otro juego. ¿A qué cosas las personas le aplicarían este nombre, espiritual? Alto ahí. No sigan leyendo por favor. Es preciso, antes que otra cosa, excavar en las minas propias, investigar nuestras profundidades, y ver lo que hay allí…
(…Intermedio para jugar…)
Ahora que ustedes ya dijeron sus imágenes, yo voy a decir las mías.
Primero, el viento. En hebreo, espíritu y viento son la misma palabra. El viento me habla de algo indomable, incontrolable. En Génesis 1.2, cuando se describe el caos primitivo, dice que el viento de Dios (¡espíritu!) flotaba sobre las aguas. No piense sobre el viento. Este es un ejercicio que debe ser aprendido: dejar de pensar para permitir que aparezcan las imágenes. Así es como surge la inspiración poética. En Génesis 2.7 dice que sosmos seres humanos porque Dios nos sopló el viento de la vida.… Lean Ezequiel 37.1: “Él (Dios) me llevó en su viento…” Versículo 5: espíritu=viento. Y el versículo 9… En el texto clásico de Jesús, cuando conversa con Nicodemo: “El viento sopla donde quiere…” Por favor: es importante no pensar literalmente. Se trata de metáforas poéticas. Intenten comenzar a volar en las costas del viento para comprender lo que significa la espiritualidad. El viento me hace recordar libertad, espacios vacíos, ausencia de forma. Volar: cuando pienso en el espíritu me siento como si fuera un papalote, flotando. O como una nube…
Sería bueno que ustedes pensaran en cosas que nos hacen volar y en las que no hacen pesados como piedras.
Hay personas que nos hacen volar. La gente se encuentra con ellas y se asusta mucho. Primero, porque el viento comienza a soplar dentro de la gente, y allá en los cantos escondidos de nuestras montañas y florestas interiores, las aves salvajes comienzan a batir las alas, y la gente no sabía que tales entidades mágicas vivían dentro de nosotros, y nos sorprenden para luego descubrirnos más salvajes, más bellos, más ligeros, con una voluntad increíble de subir a las alturas, saltando, brincando en los peñascos, colgados de un ala delta (creo que el nombre de esto es la fe…). Otras, al contrario, nos hacen pesados y graves. Pies firmes en la tierra, sin ligereza, incapaces de bailar. Cuando más convivimos con ellas, más pesados nos hacemos, hasta transformarnos en piedras o sepulcros, incapaces de moverse. La muerte es siempre estática, dura. Por oposición a la vida, que flota al ritmo del viento, como semillas de paina. Pueden preguntarse, así, si la iglesia los hace volar…
El vuelo implica riesgo. Para volar en ala delta es necesario un acto loco de riesgo. Quien quiere quedarse con los pies en la tierra, en la seguridad, nunca levantará el vuelo. Claro, tiene miedo. Y el miedo está relacionado con la muerte y con la gravedad. El miedo nos hace asentarnos… Nietzsche dice, que cierta vez, se encontró con su demonio, y le pareció grave y pesado. Y agrega: “yo sólo podría creer en un Dios que bailase”. Yo agrego: es decir, en un Dios Viento. Porque si hay algo que el viento puede hacer, es bailar…
Aquí ustedes tendrán que detenerse de nuevo, para ver (por favor, tómenlo en serio). Eviten la plática abstracta. Tengan el valor para ver las imágenes que surgen dentro de ustedes. Y vean lo que nos hace ser pesados. Lo primero es investigar si quieren realmente volar. Es muy dudoso. Muy pocas personas lo desean. Volar significa abandonar las certezas y no hay nada que nos aterrorice más. Preferimos siempre una vida plana y segura, a una vida excitante y arriesgada. La libertad es algo muy doloroso y adolorido. En Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, hay un diálogo entre El Gran Inquisidor y Cristo, donde el Inquisidor le dice: “Tú te equivocaste al prometer libertad a las personas. Porque nadie desea ser libre”. ¡Ah! Allí hay gato encerrado. Allí está la prueba. La primera indicación de nuestra vocación para la libertad es el deseo de que los demás también sean libres. Lo que quiere decir, libertad para andar en sus propios caminos. Serán libres de mí… Pero para ello es necesario que yo no pretenda poseer la verdad. Todas las personas que se sienten propietarias de la verdad no pueden permitir la verdad de otro. Obviamente. Si yo tengo la verdad, el pensamiento diferente de cualquier persona sólo puede ser un error. ¿Y por qué razó, en este mundo, voy a permitir que el error continúe? Todas las personas que se sienten poseedoras de la verdad están condenadas a ser inquisidoras. Le tienen horror al viento. Y tratan de encerrarlo. ¿No es esto lo que hacen las personas religiosas, desde los maestros de escuela dominical hasta el Santo Oficio? Esto para no hablar de las formas secularizadas de religión, sean partidos políticos (¡el horror a la disidencia!), movimientos terapéuticos e ideologías… Existen los medios personales.
Resumiendo nuestra condición, podemos decir que somos una combinación de ansiedades y de defensas contra las mismas. Las defensas asumen las formas más variadas: desde la palabrería interminable (sermones, cultos y relaciones personales), hasta las certezas dogmáticas o el cerebralismo. El ruido excesivo impide que haya silencio y evita el surgimiento de las imágenes salvajes que viven en él. Nos defiende de nuestra verdad (que no conocemos y no queremos conocer). Las certezas dogmáticas paralizan la vida y lo congelan todo. Todo queda solidificado y muerto. Así somos liberados de la angustia de movilizarnos interiormente. Y el cerebralismo nos defiende del contacto con nuestras emociones.
Hay palabras que nos hacen volar. Traté de decir algunas cosas sobre esto en el primer capítulo del librito Poesía-Profecía-Magia. Palabras que nos hacen volar: la Poesía. El discurso científico trata de decir cómo es el mundo, desde el punto de vista de su manipulabilidad. A lo que normalmente damos el nombre de realidad es apenas una posibilidad, entre muchas otras. Hay que recordar a Guimarães Rosa: “Todo es real porque todo es inventado”. ¿No entendió? Pues trate de prestar atención a las imágenes que esta afirmación le provoca… Ya el discurso poético no acostumbra decir este mundo “real” (?). Dice el mundo desde el punto de vista del deseo, lo que falta en él. Esto puede parecer un poco extraño. Ellos viven en medio de presencias, pero nosotros somos habitantes de ausencias. Deseo: reconocer que algo está faltando. Nostalgia. Yo sugeriría que la espiritualidad tiene que ver con esto: vivir en medio de la presencia de una ausencia. De ahí surge todo lo bello que hacemos: el amor, la poesía, los jardines, la música, las revoluciones… Todo. Hacemos estas cosas para completar el pedazo que está faltando. ¡Ah! Pedazo de mí, que me arrancaron… Soy espiritual por causa de esto: de mi cuerpo brota una canción, un suspiro, un deseo, una nostalgia por algo que no encuentro, y pienso que siento, en el Viento, el olor de esta cosa…
Deseo: somos espirituales por causa del deseo.
El deseo apunta hacia lo que está ausente.
Y nosotros, seres extraños, somos capaces de vivir por causa de esta ausencia.
No, no es el deseo de una casa, o de una novia, o de un automóvil… Es la tristeza que permanece, incluso cuando todas estas cosas pequeñas son satisfechas. Somos, incurablemente, planteadores de algo perdido… que deseamos reencontrar, en el futuro.
Mas, para esto, es necesario saber el nombre del Deseo.
Sucede que somos banales. Y cuando tratamos de decir el nombre de nuestro Deseo —¡este gran deseo, nombre sagrado!— hablamos demasiado aprisa, sin darnos cuenta de que no sabemos su nombre… El deseo es como el nombre de Dios: los hebreos no podían pronunciarlo y, por lo mismo,, se olvidaron de él. Si supiésemos de esto hablaríamos menos en nuestras oraciones porque comprenderíamos que hablar es embrollar. Es preciso descubrir el nombre de nuestro gran Deseo —el que, por cuya causa, abandonaríamos todo, lo que nos haría bienaventurados.
Pero esto requiere trabajo, mucho silencio, mucha disposición para escuchar, mucha sinceridad, desaprender tanto bla-bla-bla. Aprender el lenguaje poético, en donde cada palabra es absolutamente indispensable.
Decir el nombre de nuestro gran deseo es orar. Sólo esto es orar. Lo demás es blasfemia.
Espiritualidad: la búsqueda de ese Deseo perdido, deseo de vida, que nos liberaría de los deseos de muerte que nos petrifican…
Es preciso volar…

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